Las marchas multitudinarias del martes en defensa de la universidad pública en Argentina, marcaron un punto de quiebre en el mandato presidencial de Javier Milei. Durante sus primeros cuatro meses en el poder, Milei ha tomado decisiones de alto impacto con el argumento de eliminar el déficit fiscal y achicar el Estado: ha paralizado la obra pública, cerrado organismos estatales, despedido decenas de miles de funcionarios, bajado jubilaciones y salarios. Cada nueva medida ha encontrado detractores y defensores, pero la agenda privatizadora parece haber encontrado el primer límite: la universidad pública.
En un país agrietado por múltiples crisis económicas y desencantos políticos, la educación superior pública y gratuita es uno de los pocos pilares que siguen en pie y a los que se aferran la clases bajas y medias para imaginar un futuro mejor para sus hijos. Las imágenes de clases impartidas en aulas a oscuras o en el exterior de las facultades por la falta de fondos para pagar la luz han indignado tanto a peronistas y votantes de izquierda, en las antípodas de Milei, como a votantes de otras fuerzas más cercanas al Gobierno —radicales y macristas— e incluso a mileístas arrepentidos.
La campaña de desprestigio lanzada desde el Gobierno de ultraderecha sólo ha empeorado la situación. Milei acusó a los profesores de adoctrinar y lavar el cerebro de estudiantes atrapados, según su lectura, en la garras del socialismo. Tocó una fibra sensible. El presidente, graduado en Economía en una universidad privada, no tuvo en cuenta que en casi todas las familias de Argentina hay historias de personas a quienes la educación pública les cambió la vida. Sus universidades gratuitas son además motivo de admiración en el resto de América Latina, en especial en aquellos países en los que estudiar una carrera significa endeudarse durante años.
Las universidades públicas argentina sólo tienen recursos para funcionar hasta julio y ni estudiantes ni profesores saben si habrá clases en el segundo semestre. Ni siquiera se libra de la incertidumbre la Universidad de Buenos Aires (UBA), la más prestigiosa del país y entre las mejores de Latinoamérica. El motivo es que el presupuesto es el mismo que en 2023, pero como la inflación se acerca al 300% interanual el recorte es de casi 70%. El Ejecutivo intentó detener la semana pasada la jornada de protesta con el anuncio de un presunto acuerdo que los rectores negaron. Los portavoces del Gobierno dijeron que se habían girado los recursos para curbrir los gastos administrativos de marzo y abril; desde las Universidades aclararon que el problema está en el congelamiento de los salarios de los docentes, que representan la mayor parte de los egresos.
El Ejecutivo hizo lo posible por descalificar la movilización. Milei quiso rebajarla a un acto político opositor y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dijo que se manifestarían “los mismos de siempre”, en referencia a las organizaciones sociales y de izquierda. La protesta, en cambio, fue masiva y heterogénea como pocas desde el estallido social de la crisis del corralito de 2001 – 2002. Los organizadores calcularon que solo en la ciudad de Buenos Aires marcharon 800.000 personas, una cifra que la policía redujo a 150.000. Pero el diario La Nación cifró, en base al análisis de imágenes tomadas por drones y sobre el terreno, en 450.000 el número de manifestantes.En medio hubo otros hitos, como las manifestaciones feministas contra los feminicidios y a favor del aborto legal y la gran movilización de 2017 contra un fallo de la Corte Suprema que amenazaba otro de los pilares de la democracia argentina: la condena de los responsables del terrorismo de Estado de la dictadura.
La clase media tuvo un rol protagónico en todas esas grandes protestas y también en la de este martes. Pero Milei dedicó el martes a retuitear mensajes de cuentas que se burlaban de los manifestantes o los atacaban. Al final del día, publicó la imagen de un león —el animal con el que se autoidentifica— bebiendo de una taza en la que se lee “lágrimas de zurdos”. Su vocero, Manuel Adorni, permaneció en cambio en silencio. La defensa de la posición oficial quedó en manos de algunos referentes del Pro, el partido del expresidente Mauricio Macri (2015-2019) y hoy principal aliado del oficialismo en el Congreso. “Partidizar la defensa de la educación es miserable además de mentiroso. Voy a defender siempre a la educación pública así como también a la privada”, escribió en sus redes Jorge Macri, alcalde de la ciudad de Buenos Aires y primo del expresidente.
Tanto Milei como Macri han reducido la financiación de las escuelas públicas mientras, en paralelo, ponían en marcha un plan de ayudas económicas destinado a los padres que envían a sus hijos a colegios privados. En la educación superior el trasvase de recursos es más complejo. La UBA es una de las universidades mejor valoradas de todo el continente y la eligen alumnos de todas las clases sociales. Dejar que desaparezca significa, para una sociedad empobrecida como la argentina, renunciar al deseo de una movilidad ascendente que cada vez es más difícil.
El excandidato presidencial peronista Juan Grabois advirtió a Milei que su ataque a la universidad pública ha generado una resistencia inédita en los últimos meses. “Lo que sucedió en cada rincón del país sólo sucede cuando algo mueve las placas tectónicas de una sociedad. Hoy fue la reacción de un pueblo que si hay algo que tiene claro, algo que ni la más encendida retórica libertina ni su innegable talento para el insulto puede oscurecer, es que la educación pública es un derecho inalienable”, escribió Grabois en sus redes. La primera respuesta de Milei, por el mismo canal, mostró la falta de diálogo que reina en la política argentina: “Día glorioso para el principio de revelación. Quien quiera oír (ver) que oiga (vea)… Viva la libertad carajo”.
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