Carlos Alcaraz estruja el puño y celebra con rabia porque, efectivamente, este triunfo contra Sebastian Korda (6-4, 7-6(5) y 6-3, tras 2h 39m) vale un potosí. No han sido nada fáciles los dos últimos meses en los que el dolor, primero, y el miedo después han lastrado sobremanera al tenista murciano, que ha competido poco, contra natura —brazo aprisionado, con el freno de mano— y temiendo que la musculatura pudiera jugarle una mala pasada y le privase del siempre goloso Roland Garros, tras los descartes de Montecarlo, Barcelona y Roma. Lo físico, explica, ha derivado en lo mental. Si el año pasado desembarcó en el Bois de Boulonge a lomos de un Concorde, actualmente libra una doble batalla durante los partidos: una contra el rival, y la otra contra ese diablillo que se le ha recostado cómodamente sobre un hombro y le susurra al oído una y otra vez que tenga cuidado, que no apriete, que no fuerce y que controle, porque en algún instante podría romperse. ¡Al diablo con el diablo!
Dice mucho el rostro de Alcaraz estos días en los que no pierde el buen gesto, pero en los que la rebosante sonrisa de siempre también va a sorbos, dosificada, como los derechazos. Él ha venido aquí a divertirse, a disfrutar y a pasárselo bien, porque al fin y al cabo esto no deja de ser un juego y la suya es todavía un alma libre, así que la contención impuesta por el dichoso músculo (y ahora por la mente) le produce cierto hastío, cierto hartazgo, demasiado pesadumbre para una bomba de talento que se expresa de verdad a partir de lo lúdico. Él lo que quiere es revolotear por aquí y por allá y, sobre todo, desparramar sobre la pista todo ese elenco de genialidades que tiene dentro. Una delicia, cuando ese torrencial imaginativo y el cuerpo que a veces le reprimen encuentran una perfecta sincronía. Véase si no ese globo, ese aterciopelado globo de revés que sortea los casi dos metros (1,96) de Korda después de un intercambio de 15 golpes a cara de perro, sin tregua; choque de cornamentas que jalea con estruendo la central.
En París jarrea a estas horas como si fuera a acabarse el mundo, y el ronroneo generado por el impacto de la lluvia sobre la cubierta se entremezcla con el sugerente sonido que despiden los raquetazos de Alcaraz, que no rompe del todo a la hora de pegar pero si explora territorios de los que se había privado en las dos primeras intervenciones. Excesivamente silencioso ante Wolf y De Jong, frente a Korda proyecta el tiro con mayor determinación y más precisión. Bolas dentro, no precipitarse; obvio, pero sabio consejo. Si el miércoles le pudo la precipitación en varios momentos, esta vez no rehúye el peloteo largo y aunque el estadounidense tira largo y plano, y reacciona firme a las bofetadas que recibe —breaks de entrada en el primer parcial, otro intercambio en el segundo—, su tenis va adquiriendo temperatura y la mente nublada de esta primavera gana frescura y lucidez. Este es otro Alcaraz, más auténtico y liberado, menos esclavo del y si que le desliza el diablillo repantingado de las narices.
“¡Hay que ponerse duro, pero hay que ir a buscarlo, que pasen cosas!”, vocifera Juan Carlos Ferrero desde el banquillo. “¡Suelto y buscando!”. “¡Preocúpate solo de la bola y de jugar, solo de eso!”. Y él, obediente, agradece las directrices y sigue aplicándose sin rarezas ni despistes, cada vez más cómodo en un pulso muy exigente en el que el norteamericano (23 años y 28º del mundo) no desiste. Por mucho que tenga al agua al cuello, no es Korda de esos tipos que se agobie. Caminar cachazudo, ni un aspaviento. Tiene hechuras de gran jugador, pero por una razón u otra no logra desmelenarse, despegar ni aproximarse del todo a la cota más alta del circuito; una lástima, porque suele ser generoso en la propuesta y su tenis seguramente merece una catalogación superior en el escalafón de la ATP. Esta vez, como ya sucediera hace dos años en París, vuelve a toparse con Alcaraz y el español —Shelton o Aliassime en los octavos del domingo— redondea un partido completo y maduro, de mucho valor a estas alturas de la película de esta adversa gira de tierra.
Engrilletado hasta ahora, alza el puño y viene a decir que aquí está él también, que la confianza va subiendo y que si logra desprenderse del todo del miedo, París tendrá un candidato. Bienvenida sea la segunda semana. Se estira como un chicle en la red y caza una volea espectacular; sella la segunda manga con un derechazo abierto y raso que asombra al bullicioso público de la central, llena de arriba abajo para verle; él aúlla, sabiendo que tiene el pase muy, muy cerca, dos sets arriba; y sella con una volea delicada, mirada cómplice hacia los suyos. ¿Lo veis? Este sí soy yo. Y sonríe como en los viejos tiempos cuando departe con Mats Wilander. “¡Qué divertido es verte!”, se sincera el sueco, triple campeón del grande francés. “Ha sido un partido muy bueno, mejor que los anteriores. Quería entrar en el peloteo y reencontrarme conmigo mismo otra vez. He tenido que correr mucho, ha sido como un maratón, pero no estaba preocupado del todo porque conozco mis habilidades. Ojalá esto siga así”, dice antes de coger el petate y enfilar el vestuario con otra cara, 21 dejadas en la ficha. Ahí te quedas, diablillo. ¡Al carajo contigo!
Sí señor, este sí es Alcaraz.
“ME OLVIDÉ DE TODO”
A. C. | París
Al borde de la medianoche, Alcaraz irrumpía delante de los periodistas relajado, con la sensación del trabajo bien hecho y sin rastro de fatiga. Eso sí, con prisa para retirarse rápido al hotel —el mismo en el que se alojó durante tantos años Rafael Nadal— y completar allí la fase de recuperación muscular.
“Me he sentido muy bien, ha sido un partido muy bueno. Ha sido muy exigente, pero estoy muy contento por cómo he manejado los momentos difíciles. Estoy muy feliz con mi nivel de concentración desde el primer punto hasta el último”, introdujo el de El Palmar, que a las 21 dejadas que tiró añadió 21 subidas a la red.
Signo de confianza los números, rematados con 38 golpes ganadores (por 27 errores no forzados). “Ha sido totalmente improvisado [las dejadas]. Pensaba que había hecho menos… Pero es un buen recurso, es mi estilo; gran parte por lo que he llegado hasta aquí. Estoy muy contento por la variedad del juego de hoy”, proseguía.
Pero, probablemente, la lectura más positiva la extraía del funcionamiento de su derecha. “Era un partido más exigente para mí, así que en algún momento me olvidé de todo y le pegué con normalidad. Creo que he jugado con más intensidad. Y lo echaba de menos. Es algo que he olvidado y cada vez voy a mejor”, prolongó.
Y zanjó: “Creo que la gente nos tiene a Djokovic, a Sinner, a mí y a varios jugadores como los favoritos para ganar el torneo. Yo creo que poco a poco todos vamos cogiendo ritmo y mejores sensaciones. Pero no sé decir quién es el favorito. Conforme van pasando las rondas, nos vamos volviendo, y me incluyo, más peligrosos”.
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