Anteriormente, en Materia Gris, tratamos de justificar lo que puede hacer que recordemos durante mucho tiempo una melodía determinada, y concluíamos que ciertas composiciones musicales parecen encajar en la estructura funcional de las neuronas como una llave en su cerradura. La pregunta ahora es si hay algo equivalente en una obra pictórica, es decir, si las pinturas que son comúnmente memorables tienen alguna característica universal que lo justifica.
Es cierto que lo memorable para una persona puede no serlo para otra, de ahí que muchas veces la justificación sea idiosincrásica, es decir, a cada uno, o a cada grupo humano, le puede impactar una determinada pintura por razones relativas a su propia historia cultural o a su relación particular con esa pintura o sus contenidos. Asimismo, cuando una obra está en la memoria de muchos, como Las Meninas de Velázquez, La Gioconda de Leonardo da Vinci o Los Girasoles de Van Gogh, suele apelarse a su autor, su belleza o sus atributos emocionales, es decir, a experiencias personales y subjetivas del espectador en relación con esa obra. Pero, ¿acaso hay algo intrínseco en cada obra universal que va más allá de lo puramente idiosincrásico?
Para investigarlo, Trent Davis, especialista en neurociencia y artes visuales, y la psicóloga Wilma Bainbridge, ambos del departamento de Psicología de la Universidad de Chicago (EE UU), realizaron tres experimentos complementarios, implicando 4.021 pinturas del Instituto de Arte de Chicago. En el primero de esos experimentos, 3.216 participantes visionaron online imágenes sucesivas de esas pinturas y tenían que presionar una tecla cada vez que reconocían haber visto la misma imagen anteriormente en la secuencia. En el segundo, 19 nuevos participantes exploraron en persona y libremente el Instituto de Arte y después valoraron su memoria para una serie de pinturas mediante su teléfono móvil. En el experimento tercero, nuevamente online, otros 49 nuevos participantes dieron su valoración sobre atributos abstractos como la belleza, emoción, interés y familiaridad de cada pintura visionada.
El resultado, publicado en la prestigiosa Proceedings of the National Academy of Sciences de Nueva York, mostró una significativa coincidencia en las memorias manifestadas por los participantes, tanto en las sesiones online como en las presenciales, lo que llevó a los autores a considerar que cada pieza puede tener una “memorabilidad” intrínseca y propia, basada únicamente en sus propiedades visuales, la cual puede ser predictiva de la memoria de los visitantes que la contemplen. Los autores, además, utilizaron un recurso de la inteligencia artificial, el programa ResMem, para estimar la memorabilidad de cada obra, sorprendiéndose al ver que ese programa la predice también significativamente, tanto online como en persona, en base únicamente a las características perceptivas de la imagen con independencia, por tanto, de atributos de alto nivel cognitivo como su belleza, emoción, estética, contenido o interés particular. La inteligencia artificial, afirman los autores, puede predecir mediante programas cómo es la fama de una obra, a pesar de no incluir ningún conocimiento cultural o histórico sobre ella. Ese conocimiento, afirman, puede ser de mucha utilidad para los administradores de museos y centros de arte en general.
El ResMem, al predecir la posibilidad de que una obra sea recordada con base en sus características perceptivas visuales, no nos dice cuáles son esas características precisas, que tienen, por tanto, que seguir investigándose, pero no deja de ser algo equivalente al llamado detector de mentiras, que, en realidad, al basarse en la respuesta fisiológica emocional y genérica del sujeto investigado, nos dice que miente, sin precisar el contenido de sus mentiras que debemos deducir de las preguntas que se le hacen. En todo caso, un programa como el ResMem puede servirnos para saber, por ejemplo, si la maravillosa copia de la Gioconda que se encontró hace algún tiempo en los almacenes del Museo del Prado de Madrid y que ahora se exhibe en el mismo, tiene o no la misma memorabilidad que la pieza original que se exhibe en el Museo del Louvre de París, lo que podría ayudarnos a desvelar la incógnita de sí su autor fue también el gran maestro del Renacimiento italiano.