Los precios de las materias primas acaparan las discusiones económicas a escala global. En los dos últimos meses se ha observado un incremento del coste del petróleo en torno al 10%, acompañado de una importante volatilidad. Este comportamiento tiene mucho que ver con el caos del corto plazo. Son varios los factores que han presionado para llegar a esta situación: la OPEP+ afirmó su compromiso de mantener los recortes de producción de crudo hasta el próximo mes de junio; Rusia vio su infraestructura de refinación atacada por drones; China redujo sus importaciones de petróleo en el primer trimestre; la economía de Estados Unidos muestra una resiliencia inesperada. Pero quizás el más relevante de todos es el incremento de las tensiones en el conflicto en Oriente Próximo con los ataques de Israel en Siria y las represalias de Irán e Israel en las últimas semanas, aunque todavía evitando la infraestructura energética.
Ya el mercado de petróleo sufría por las afectaciones en el Estrecho de Bab el-Mandeb (entrada al mar Rojo y ruta para el transporte por el canal de Suez). Ahora, con el gradual protagonismo de Irán, se comienzan a despertar alertas sobre el estrecho de Ormuz. Por el primero se transporta cerca del 10% del petróleo por vía marítima, por el segundo se mueve cerca del 20% del petróleo global. Ambos con una importante capacidad de distorsión en los precios globales.
Ahora bien, en esta oportunidad, el caos del corto plazo se hila con la incertidumbre del largo. Las iniciativas globales (aunque poco concretas) para reducir la dependencia de los combustibles fósiles chocan con la incapacidad de escalar, al ritmo deseado, el despliegue de capacidades renovables. Al tiempo, las inversiones en petróleo, ante la expectativa de una menor demanda a futuro, se han reducido, lo que mantiene el precio, en el medio plazo, relativamente alto, especialmente para un combustible que, según muchos, se encuentra próximo a su ocaso. A ello se suma la presión de las autoridades en Estados Unidos y Europa, principalmente, para promover grandes inversiones en eficiencia energética y energías renovables en medio de la preocupación por nuevos brotes de inflación. La combinación, momentáneamente, deja un escenario futuro muy incierto.
Así, el caos en el corto plazo mantendrá la volatilidad en los precios (el rango de previsiones de analistas supera los 40 dólares por barril para el cierre del año), pero quizás con un tinte alcista frente a las previsiones previas, situación que puede volver a generar dolores de cabeza en la inflación y la actividad. Pero de ese caos se alimenta la incertidumbre sobre el panorama del sector a futuro. Sin la garantía para acometer grandes inversiones, aunque sin sustitutos claros, los precios seguramente tenderán a mantenerse elevados, aunque posiblemente menores que los actuales.
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