Al menos 25 detenidos en la Universidad de Virginia. Desalojo policial —sin arrestos— en la acampada de la Universidad del Sur de California. Y en la de Míchigan, la ceremonia de graduación se veía interrumpida en varias ocasiones por los gritos, banderas e incluso algún avión con pancartas que sobrevoló el recinto. Las protestas propalestinas continúan inflamando las universidades de todo Estados Unidos, pese a las advertencias de los rectorados y los desalojos policiales. Tienen ahora un nuevo foco: las ceremonias de graduación, el momento más solemne del año lectivo, previstas a lo largo de todo mayo. Algunos centros de estudios han optado por cancelar su festejo o por medidas de seguridad propias de una cumbre internacional, con fuerte presencia policial y registros a la entrada. Otros negocian con los estudiantes sobre una demanda clave: la desinversión en empresas que se benefician de la guerra en Gaza.
Hasta el momento, más de 2.300 personas han quedado detenidas en más de 45 universidades repartidas por todo el país. Este domingo, una cincuentena de agentes entraba por segunda vez en una semana en el campamento de la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles, para expulsar del campus a varios de los ocupantes, aunque sin practicar detenciones, según el diario estudiantil The Daily Trojan. El recinto permanecía cerrado tres días antes del comienzo de sus festejos de graduación, el miércoles. Un día antes, agentes antidisturbios habían recurrido al gas pimienta para disolver una manifestación propalestina en la Universidad de Virginia y habían detenido a 25 manifestantes. Docenas quedaban arrestados también en el Instituto de Arte de Chicago.
Otras universidades han recortado sus festejos de graduación ante las protestas, que mayoritariamente se han desarrollado de modo pacífico. La de Vermont ha anunciado que la embajadora de EE UU ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, ya no ofrecerá el discurso principal. Columbia, la universidad convertida en símbolo de las protestas después de la entrada violenta de la policía hace dos semanas, prevé mantener la presencia de los agentes hasta el día 17, una vez concluya su calendario de ceremonias.
Allí, el descontento persiste pese a la calma impuesta por la presencia policial y el paso a la enseñanza virtual. La entrada de los agentes supuso un trauma especial. En el campus se tiene muy presente que hace dos años, el Ayuntamiento de Nueva York tuvo que pagar 13 millones de dólares (unos 12 millones de euros) en compensaciones por la brutalidad policial en la disolución de las protestas callejeras en el movimiento contra la discriminación racista Black Lives Matter (Las vidas de negros importan).
“Sabemos que la Policía de Nueva York tiene un historial de brutalidad violenta contra los manifestantes y es horrible que Columbia los haya lanzado contra nuestros propios estudiantes no una sola vez, sino dos. La administración [de la universidad] ha optado por elevar la confrontación cada vez con respuestas desproporcionadas, convirtiendo lo que al principio era una protesta pacífica de estudiantes que hacían sus tareas en un campamento, en una ocupación policial de nuestro campus para las próximas dos semanas”, indica en un correo electrónico Bassam Khalidi, profesor de Derecho de la institución neoyorquina.
Otras universidades han optado por el diálogo con sus estudiantes para poner fin, o moderar, las protestas. Las de Minnesota o Michigan, dos de los estados con mayor población árabe, y la de Brown (Providence, Rhode Island) han prometido considerar o someter a voto de sus consejos de gestión la desinversión de sus fondos en empresas que se beneficien de la guerra. Rutgers University, en Nueva Jersey, ha anunciado planes para crear un departamento de estudios de Oriente Próximo.
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Vertiente política
El desarrollo de las protestas se observa muy de cerca en los dos grandes partidos políticos. En una carrera tan reñida como la que se libra entre el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden por la Casa Blanca, se han colocado en pleno centro de la campaña electoral.
Los republicanos se han abierto a exigir medidas de dureza contra los manifestantes propalestinos y contra lo que denuncian como actos de antisemitismo. El presidente de la Cámara de Representantes, Jim Johnson, celebraba una rueda de prensa en Columbia y pedía una investigación. Su partido promovía una controvertida legislación contra el antisemitismo, aprobada en la Cámara baja y que pasa ahora al Senado. Y dibujaba una imagen de Biden como un líder inefectivo que permitía que bajo su mandato tuviesen lugar escenas de caos e incivismo.
“Este es el caos de Biden en los campus”, ha manifestado Trump en un mensaje en Instagram acompañado de un vídeo con las palabras del presidente en las que defendía el derecho de manifestación de los estudiantes.
Biden, por su parte, pronunció finalmente una declaración sobre las protestas el jueves pasado. “Existe el derecho de la libre expresión, pero no el derecho a sembrar el caos”, afirmó. La tardanza del presidente en responder a las protestas se debía, en parte, al interés en evitar contrariar al ala progresista y el voto joven del partido, partidarios de un alto el fuego inmediato en Gaza. Y, en parte, a la creencia de que las manifestaciones acabarán disolviéndose por sí solas y no tendrán un gran impacto en sus perspectivas electorales. Sobre todo si, como intenta Washington, llegado noviembre la guerra ya hubiese terminado.
Algunos datos parecen corroborar la opinión de la Casa Blanca. El voto de los menores de 30 años, que le apoyó mayoritariamente en 2020, es más escéptico cuatro años más tarde, pero entre aquellos que sí declaran que acudirán a las urnas con seguridad en noviembre, los que se inclinarán por el demócrata aventajan en 19 puntos porcentuales a los partidarios de Trump, según un sondeo del Instituto de Política de la Universidad de Harvard en marzo. La misma encuesta apunta a que el interés por Gaza entre este segmento de la población es minoritario: en la lista de asuntos que preocupan a los jóvenes, la guerra aparece en el puesto número 15, por debajo del empleo, la defensa de la democracia, el medioambiente o incluso la inmigración. Solo un 8% de los consultados se declaró muy preocupado por la política exterior.
Pero con las encuestas en contra, y especialmente en el puñado de Estados bisagra donde se impuso en 2020 por la mínima, cada voto cuenta. La guerra en Gaza ya amenaza con costarle el voto de los árabes estadounidenses, fundamental en Míchigan o Minnesota. Y la encuesta de Harvard apunta que el 51% de los jóvenes apoya un alto el fuego en la Franja.
Biden ya tiene planeados otros actos para condenar el antisemitismo. Este martes pronunciará un discurso en la ceremonia anual de conmemoración en el Museo del Holocausto, una decisión ya tomada desde hace tiempo. Y días más tarde se desplazará a Atlanta para participar en la ceremonia de graduación de Morehouse College, una de las universidades históricas para estudiantes negros.
Pero incluso allí pueden continuar los problemas. Los estudiantes en esta institución ya han pedido a los administradores que cancelen la invitación a Biden, como gesto de protesta por la política proisraelí del presidente en la guerra. El miércoles pasado, la federación de estudiantes universitarios demócratas enviaba una advertencia sobre el riesgo electoral para el presidente en caso de mantener su rumbo actual en Oriente Próximo. “El Partido Demócrata no debe dar por garantizados los votos de los universitarios demócratas. Nos reservamos el derecho de criticar a nuestro partido cuando no quiere escucharnos”, apuntaba esta rama de la formación política en su cuenta en X, la antigua Twitter.
College Democrats’ votes are not to be taken for granted by the Democratic Party. We reserve the right to criticize our party when it fails to listen to us.
— College Democrats of America (@CollegeDems) May 1, 2024
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