A Carlo Ancelotti le suelen preguntar por el juego de su equipo. Normal. Se lo preguntan al principio de temporada, a mitad de temporada y al final de temporada; se lo preguntan también (“el juego”) cuando pierde, cuando empata y cuando gana. En internet circulan muchos memes sobre las elaboradas tácticas de los adversarios de Ancelotti respondidas por “el poder de la amistad” que invoca Carletto bailando con sus jugadores o moviendo la ficha de un jugador por la pizarra de su portería a la contraria; Ancelotti como sinónimo de lo fácil, lo sencillo, “no os liéis”.
Como en toda caricatura, hay algo de verdad: a veces se tienen a jugadores tan buenos que lo mejor que puedes hacer por ellos es darles confianza, ser sincero y fomentar el compañerismo entre ellos. Como en toda caricatura, se minusvalora lo que no se destaca para no estropearla: la inteligencia táctica de Ancelotti y su profundo estudio de los rivales, sus decisiones en medio de los partidos, el conocimiento de sus propios jugadores y los recursos que pueden darle a lo largo de la temporada y de los 90 minutos. En contra de él juega la constante apelación a lo irracional, lo místico, lo intangible, el escudo, la leyenda o lo milagroso; en esta columna, incluso, segundos después de ganar los penaltis contra el City, y bajo la habitual excitación contraproducente, se dijo en un primer momento (me encanta el “se”, como si lo hubiese escrito otro en mi artículo) que el Madrid no había dado ninguna lección de juego y ni siquiera una lección defensiva. Como se remonta, como se hacen cosas aparentemente inexplicables en el campo, la figura del entrenador y su táctica se evapora y todo se fía a los dioses o el azar.
Al empezar la temporada, en octubre, Ancelotti dijo: “El Madrid está jugando bien al fútbol. El Madrid siempre juega bien al fútbol depende de lo que se entiende por jugar bien al fútbol. Hoy hemos jugado bien con balón y sin balón”. Sin balón, por ejemplo, se jugó muy bien en Mánchester. A veces no se tiene el balón (porque el rival lo acapara, porque está más entero físicamente o está más dotado) y hay que jugar bien sin él. Y jugar mejor con él que el rival, de tal manera que el rival llegue 34 veces al área y marque un gol, y tú llegues tres y marques otro: eso es atacar mejor que el rival, eso es defender mejor que el rival. “Hemos marcado sólo cien goles, hemos ganado pero no hemos jugado muy bien”, dijo este sábado Ancelotti sobre la Liga.
No es que le preocupe el debate: es que parece que le hace gracia. Siempre hay un momento de la temporada, cuando el ciclo es bueno, en que los jugadores escuchan estas palabras de él : “Vamos a pasar un momento malo. Vendrán derrotas dolorosas y debemos estar juntos cuando ocurra”. Viejo y sabio, ha entrenado a los suficientes grandes del fútbol europeo como para saber que hay un día en que se pierde, y si ese día el grupo se resiente y el vestuario se divide, se empieza a perder por costumbre. Lo dijo hace poco el boxeador Jero García en EL PAÍS a propósito del la educación de los niños, palabras perfectamente extrapolables al fútbol (al fútbol se extrapola cualquier cosa): “Cuando tú prepares a los niños para encajar y no para esquivar, el niño estará más fuerte y más protegido”. Los niños de Ancelotti saben hacer algo mucho más importante que ganar: saben perder, pierden muchos minutos de muchos partidos, y a veces sienten más fuertes y protegidos con un gol en contra que con un gol a favor. Por ahí se empezó a ganar la Liga.
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