Ya llevaba siete días lloviendo sin tregua, el agua subía más y más, cuando el martes pasado el alcalde de Eldorado do Sul avisó a sus 42.000 vecinos de que había llegado la hora. Evacuación general. Ordenó a todos que abandonaran sus hogares inmediatamente, que huyeran porque el agua anegaría la ciudad 10 días más. Rio Grande do Sul, en el Brasil sureño, el más rico, está acostumbrado una montaña rusa de lluvias torrenciales y sequías porque sobre él chocan masas de aire tropical y polares. Sin embargo, jamás había sufrido un temporal de lluvias tan devastador como el que empezó hace 12 días y no da señal de remitir.
Llueve sobre mojado. Los gauchos, los vecinos de este Estado, han sufrido tres inundaciones en ocho meses. El 2 de mayo, Thalia Silveira, de 21 años, cuidaba de sus dos primos en Eldorado do Sul cuando llegó la inundación. Los vecinos la animaron a huir. Llegaron a un refugio, pero tuvieron que irse pronto porque el ambiente era muy tenso: “Había gente bebiendo y peleándose”. “Ahora toca trabajar en la reconstrucción. Estamos vivos. Y es lo más importante”, decía resignada días después Silveira en uno de los pocos puntos de la ciudad a flote, un tramo de la carretera BR-290 convertido en punto de encuentro para ser evacuados en barco o helicóptero.
Prácticamente, todo el Estado —cuna de Gisele Bündchen y Ronaldinho, fronterizo con Uruguay y Argentina— está inundado. En muchos puntos el agua llegó hasta el tejado. Arrasó todo. Casi 340.000 personas han dejado sus casas, algunos alcaldes sopesan trasladar sus ciudades para reconstruirlas en lugares más altos, incontables familias lo han perdido todo. “Algunos se plantean emigrar, convertirse en refugiados climáticos”, dice al teléfono Natalie Unterstell, presidenta del centro de estudio de políticas climáticas Talanoa. “Este puede ser nuestro momento huracán Sandy o Katrina”, añade. Esa calamidad que expone la fragilidad de las infraestructuras, logra que los políticos y la ciudadanía entiendan que la naturaleza no perdona las agresiones y que es imprescindible actuar ya. Sin excusa ni demora.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva reaccionó rápido. Visitó la zona dos veces, movilizó al Gobierno, anunció importantes ayudas económicas y proclamó que estas inundaciones “son un aviso para el mundo. Debemos tener en cuenta que la Tierra nos está pasando factura”. El veterano Lula sabe bien que la gestión de esta crisis, en un Estado que apostó por el ultraderechista Jair Bolsonaro en 2022, puede definir este tercer mandato, aunque su política medioambiental es bastante menos ambiciosa de lo que reclaman los activistas brasileños, aunque mucho más comprometida y a años luz del negacionismo de su predecesor.
Las inundaciones han matado a 136 personas y otras 125 siguen desaparecidas, según el último balance oficial. Sobre el terreno, la situación es todavía extremadamente crítica. Las tareas de rescate y la distribución de ayuda son complicadísimas porque las lluvias arrasaron carreteras y puentes. El principal aeropuerto ha quedado inutilizado.
Cunde la desesperación entre los dos millones de afectados ―uno de cada cinco habitantes del Estado― porque dos Los meteorólogos pronostican lluvias, corrimientos de tierras y vientos hasta el lunes 13. Y, para colmo, las noticias falsas están enrareciendo el ambiente con mentiras como que las embarcaciones de rescate requieren permisos especiales. Los saqueos han comenzado y los socorristas tienen miedo a operar al caer el sol.
Karina Bruno Lima, de 36 años, investiga tempestades graves y desastres para un doctorado en Climatología en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, un Estado que puede ser considerado como un laboratorio imbatible de los efectos del cambio climático; en el último año ha sufrido otras dos inundaciones, y un ciclón después de tres años de sequía grave. “Este desastre ocurrió por una conjunción de factores: El Niño, que trae más lluvias, una corriente que trae humedad desde la Amazonia, un bloqueo atmosférico con una masa de aire caliente sobre el centro de Brasil… Toda esa inestabilidad quedó atrapada sobre Rio Grande do Sul. Pero ahí está también la influencia humana. Una atmósfera y unos océanos más calientes generan energía para estos eventos extremos”, explica por mensaje Lima, también afectada por el temporal, sin cobertura telefónica y con un Internet muy inestable. 2023 ha sido el año más calurosos en milenios.
Con el calentamiento global, los desastres climáticos se van convirtiendo en rutina. Ocurren con mayor frecuencia, son más intensos y causan más daños. Y, como recalca Lima, con el agravante en este caso de que hay “muchas ciudades construidas junto a cuerpos de agua y sin ninguna preparación para afrontar eventos extremos relacionados con la lluvia”.
Ella misma lo sabe bien. Esta científica ha tenido que dejar su casa en Porto Alegre, donde los diques de contención no han resistido la peor inundación desde 1941. Las calles del centro son ahora ríos por los que socorristas se mueven en canoa. Lima está refugiada en Passo Fundo, una zona rural sin riesgo de inundación a 400 kilómetros de la capital que se hizo famosa en todo el mundo gracias a los presupuestos participativos.
Lima, también divulgadora científica, subraya que “la gente tiene que entender que esto requiere soluciones complejas”. Por eso considera crucial “elegir representantes que prioricen la causa climática y ambiental y exigirles después que rindan cuentas”. Insiste en que es hora de que “los gestores escuchen las alertas que lanza la ciencia hace décadas”.
La cantante más internacional de Brasil, Anitta, que actuó con Madonna en Río, culpa directamente al Congreso del desastre de Rio Grande do Sul por “aprobar leyes que promueven la deforestación, los pesticidas y la invasión de tierras indígenas”, según un vídeo colgado en su cuenta de Instagram. “En la próxima elección, no votes a los negacionistas del clima”, les pide a sus 65 millones de seguidores. Una declaración de calado a cinco meses de las municipales. La especialista en políticas climáticas Unterstell afirma categórica que “la guerra contra la naturaleza tiene que parar. La naturaleza es una aliada, puede parar el avance del agua”.
Esta calamidad ha vuelto a poner el foco en la ofensiva legislativa para reventar las normas ambientales y el enorme poder del lobby agrícola brasileño, un sector central en la economía. Rio Grande do Sul es la quinta economía de Brasil, un Estado con un potente sector agropecuario y que produce un 70% del arroz, omnipresente con las judías en la mesa de cualquier brasileño, sea pobre o rico. Los supermercados han racionado las ventas y el Gobierno importará un millón de toneladas para evitar el desabastecimiento y que los precios se disparen. Lula ha aprovechado la catástrofe climática para insistir en su reclamación de que los países ricos, que destruyeron sus bosques para industrializarse y prosperar, apoyen con dinero y tecnología a Brasil y otros que se desarrollaron menos y que preservaron sus bosques.
Ambas expertas insisten en que, una vez pase la fase emergencia, es imprescindible mirar al futuro y adoptar rápidamente políticas de mitigación y adaptación. Es decir, uno, reducir drásticamente las emisiones para frenar el calentamiento global. Y eso, apunta la climatóloga, “es totalmente incompatible con abrir nuevos proyectos de petróleo”, como Lula sopesa hacer en la Amazonia y ansía Petrobras. Y dos, es necesario construir infraestructuras que aguanten unos embates meteorológicos cada vez más fuertes. “En Porto Alegre, ¡los diques cedieron porque no había mantenimiento y no sabían operar las bombas de agua!”, se exaspera Unterstell.
Los miles de funcionarios, policías, militares y voluntarios desplegados han logrado rescatar a más de 70.000 personas y 10.000 mascotas. Esta, como toda tragedia, tiene su símbolo. Aquí no es un niño, ni una embarazada, ni un anciano o un socorrista, sino un caballo llamado Caramelo, que estuvo seis días sobre un tejado en una finca anegada. Descubierto por un helicóptero de la televisión Globo, al día siguiente fue rescatado en una gran operación que incluyó sedarlo y evacuarlo en una zódiac. La televisión y la primera dama, Janja da Silva, lo retransmitieron en directo. La emoción de la socióloga era tal que irrumpió en una comparecencia de su marido para darle la feliz noticia en persona.
Los brasileños respiraron aliviados mientras siguen movilizándose para recaudar fondos y donar ayuda a sus compatriotas afectados intentando evitar caer en los fraudes. Siempre hay desalmados. Y mientras los gauchos imploran al cielo para que deje de llover, en el nordeste de este país continental imploran para que llueva y los habitantes del centro no se despegan del ventilador por culpa de una ola de calor con máximas por encima de los 30 grados, algo impropio del otoño tropical.
Siga toda la información de El PAÍS América en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Ver más noticias sobre Honduras